17.3.06

nubosidad variable

Buenos Aires, viernes 17

Llueve, llueve, llueve.
Quizás el agua arrastre a lo inmundo.

cuando las tripas de mi ciudad vomitan agua, asqueada de tanta sanidad, tapadas sus arterias de basura, ese manotazo del mar y su dulce invasión es vano y enflaquece.


Vomita mi ciudad, escupe salud, asco y hastío. Sabe mi ciudad, sin embargo, vomitar sobre los cascos redondos de caseríos ya ni industriales. Nunca se inundará el corazón de los poderosos de esa agua. De esa agua que sorben sus vacas y sus granos en su territorio inmenso de campo incalculable y ese apellido que se arrastra hasta el origen de la república y que de allí se vuelve a arrastrar hasta la última de las miserables villas castellanas de donde surgen. De donde recogían el agua de sus pozos, constantemente secos.

Quizás el agua empape la dinamita y hoy no explote nada en un lugar explotado desde ya hace mucho tiempo.


Quizá, quizá, quizás. Agua no de quizás, de quizás es la certeza de esta imposible limpieza. Y Ojalá el agua no ahogue a los pibes del caño esforzado remachado con alambre de honor anti-cartoneo. Y ojalá la vaca, más sagrada que en el Ganges, se inunde con sus estancias de cargosos potentados hipereuropeos. Y ojalá, al fin, una ola nos tape a todos con su vida y Buenos Aires despierte con una libre que corre perseguida por la única voleadora de la última de los pampas, multiplicada por miles, amontonada detrás de la pared enrejada de ese penal manco de penurias de marcos paz.

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