29.3.06

matar pajaritos

Matar pajaritos. comer pajaritos.

matar chorrines, comer los vivos

victimario medio a lo poema:

Sinónimos que no

Negro = ladrón
Pobre = ladrón
Desempleado = vago
Vago = borracho
Negro joven pobre = pibe chorro
Pibe chorro = malo
Pibe chorro = drogadicto
Todos no, pero la mayoría = por las dudas todos
Pibe = chorro
Negro = alma negra
Paraguayo = basura
Boliviano = basura
Peruano = basura
Paraguayo, boliviano, peruano = ladrón
Villero = ladrón
Cartonero = ciruja
Cartonero = negro ladrón
Ingles = lord
Yanqui = malo pero lord

Puto = maricón
Cobarde = maricón
Travesti = prostituta
SIDA = travesti
Enfermo = maricón
Engendro = travesti

Blanco = alma blanca
Riqueza = buen pasar
Riqueza = honestidad
Riqueza = bondad

Muerte = final
Iglesia = amor
Cura = enviado de Dios
Papa = vocero de Dios
Preso = delincuente
Delincuente = mal viviente

Fútbol = pasión
Bandera = fidelidad
Casa = hogar

Mujer = varón
Justicia = razón
Justicia = bondadJusticia = verdad

17.3.06

El mimo deforme

Circos freak, enanos que se transmutan en inevitables payasos, mujeres con exceso de pigmentación o de bello facial, caballos demasiados astutos, fieras demasiado cobardes, elefantes sin voluntad. Equilibristas con desequilibrios financieros, domadores mal casados, presentadores con problemas de timidez. En fin...
No hacía más que esperar el colectivo. Aguantaba en la parada los ruidos, los picos sin aire de las horas, lo cíclico de las ruedas negras de los colectivos cíclicos y descoloridos. Pero el 93 no aparecía en el horizonte, ni el horizonte remoto, ni en el muy remoto que, de existir, existe después del puente que está antes de los policías que están delante del piquete. De existir porque los ojos no llegan detrás del piquete. Piquete de gente con ojos que refleja los ojos que quieren mirar detrás, a ver si llega un colectivo de la línea 93.
Parque japonés, miran unos ojos oblicuos en un camisa verde fluorescente, miran de reojo con cara de ¡cuidado, ojo!, ¿qué es eso? Nontiendo...y giran mis ojos entumecidos por el escape de un horrible y viejo colectivo con la pancarta de que no alcanza con el boleto y me cansa, nunca alcanza, ni para el boleto, ni para unirse a la causa de bondieros tristes con la camisa transpirada y el ritmo de comparsa que se huele de anoche con los Montoneros de Barranca Macabra y los bailarines de Don Facundo Yaco.
La otra noche, la del corso capitalino, los bailarines estrenaron la marcha del tigre con minifaldas. Unas guachas de piernas carnudas y bombacha estampada rasguñaban el aire, rajuneaban, y los gordos del bombo, con patillas alusivas, caían y se refalaban. Tito, el timbalero estrella, no daba más por una pasta que después mezcló con vino y que en el mameluco sudado parecía estrangulado de aire y de pena. Rodó como rueda un potro embravecido, en una camioneta por las rutas provinciales, y no volvió a pararse hasta que terminó el bramido de aquel tigre empedernido entre las bombachas sudadas y olorosas, puro bombón de gelatina melosa.
En aquel colectivo enfadado del sistema se hundió el lomo de Tito, los compañeros, silbando gritos descosidos, corrieron a cargar contra los Mataderos de Manuelita que bailaban tan al son la refalosa que el grito del tigre se quedó como ahogado. Ahí nomás el carnaval pasó de fiesta a avalancha. Los Mataderos colgaban sus tambores, sus bastones de cartón, sus silbatos de cotillonería, de los cogotes y obscenos muñones de los tigres. Mientras los vivos colaban sus dedos entre las tigresas más aventuradas, que adivinaban la batalla a favor de sus propios deudos.
Todo terminó en un maratón de heridos y quebrados cuando la SS rioplatense peló palo y a la bolsa del vientre y se escaparon gases y algunos pebetes que pedían limones de limosna en la redonda y recibían pepinos flacos y afilados. Los que quedaron escapados de la batalla en Juramento cargaron el bondi en el que ardía Tito, que llegó al hospital y a su casa, con todo ese mambo de transas y malevos cortadores sobre la batata.
Ese bondi que ahora, como otras batatas y mioncas y algunas lanchas rematadas de intermitencias, me largaba el humo largo de tanta angustia sobre los marchitos pliegues de mi cara.
Otro bondi, el 108, cargaba al hombro con un bulto infinito de hombres efímeros que rodaban hacia sus casas amontonadas. Se para en la parada, vomita lento sobre mi cara su vaho inmundo de frenazos brutos. Sube la mina flaca, la mina chata, la mina vieja, a la que la miran como con sarna, con impaciencia por pasar (La caballería se pierde entre los pliegues de unas tetas gastadas). Suben los hombres, robustos, cenicientos, con trajes tajeados de aburridísimas cicatrices de sacapuntas, lapiceras y biblioratos paganos. Al final, queda un mimo que no acaricia con su cara calada de cal y rouge morado de morcilla fresca que me mirá. Que no haga nada, me pienso, que el mimo gesticula una mueca para esquivar la cobarde mirada de sus eternos silencios. Sigo entonces la línea de su mirada que va dirigida al Japonés que en su verde dragón de la china se inclina en la forma coreana de inclinarse y el mimo del espejo en cada cara que mira le imita el saludo y frunce, ¡Oh, milagro imperial del sol!, los ojos sin sus manos. Y el mimo se toma la pata y la lanza contra el colectivo, y sin usarla más que de ancla, trepa las barajas de la escalera, una, dos, tres. Y parece deformado. Perdió el carnaval, pensé, o siguió de gira, el mimo gera que gira. O trabaja en el colectivo, aunque tan lleno está que no se presta al circo que ya posee, entre municipios y ministeriales (el blanco, el rosa) y toda la tropa de las oficinas privadas, la misma mierda pero mejor vigilada, y unos pibes, tan glamorosos, que cargan sus oxfordicas scholasticas sobre el hombro derecho y sus gruesos trabajos vomitivos sobre Santomas, el fantomas de allá (Porque de aquí, aquí donde manda Frente, Gil y el binomio de la embajada anexa a la sociedad rural, ¿santa casualidad?, aquí, en este polvo pestilente, aquí, no).
Como puede se termina de subir y pienso si habrá enmascarado en la triste lechumbre su horrible y deforme pierna maltrecha, como si la gracia de estar impedido fuera en jugar con eso. ¿O estará jugando a que jugará con ello?
El colectivo se aleja y atrás aparece el mío. Yo me pregunto si alguien le habrá donado el asiento. Y si él se habrá reído. Y si habrá seguido el juego, si no estaría no jugando, y que todo se hubiera revelado o no, dependiendo de la bondad más que del momento. O si habrá seguido su juego.
Yo subo a mi colectivo, al 93 que me toca, y entra una mina que es gorda de vino o está embarazada, no sé. Y en una mirada inquisidora del sentado en primera fila que como que se para y que como que no, antes de fingir que está definitivamente más seguro dormido, yo reconozco la desesperada mirada del ponja con la geisha travestida, o reconozco la duda de la mía. A veces, hay certeza en el maquillaje.

nubosidad variable

Buenos Aires, viernes 17

Llueve, llueve, llueve.
Quizás el agua arrastre a lo inmundo.

cuando las tripas de mi ciudad vomitan agua, asqueada de tanta sanidad, tapadas sus arterias de basura, ese manotazo del mar y su dulce invasión es vano y enflaquece.


Vomita mi ciudad, escupe salud, asco y hastío. Sabe mi ciudad, sin embargo, vomitar sobre los cascos redondos de caseríos ya ni industriales. Nunca se inundará el corazón de los poderosos de esa agua. De esa agua que sorben sus vacas y sus granos en su territorio inmenso de campo incalculable y ese apellido que se arrastra hasta el origen de la república y que de allí se vuelve a arrastrar hasta la última de las miserables villas castellanas de donde surgen. De donde recogían el agua de sus pozos, constantemente secos.

Quizás el agua empape la dinamita y hoy no explote nada en un lugar explotado desde ya hace mucho tiempo.


Quizá, quizá, quizás. Agua no de quizás, de quizás es la certeza de esta imposible limpieza. Y Ojalá el agua no ahogue a los pibes del caño esforzado remachado con alambre de honor anti-cartoneo. Y ojalá la vaca, más sagrada que en el Ganges, se inunde con sus estancias de cargosos potentados hipereuropeos. Y ojalá, al fin, una ola nos tape a todos con su vida y Buenos Aires despierte con una libre que corre perseguida por la única voleadora de la última de los pampas, multiplicada por miles, amontonada detrás de la pared enrejada de ese penal manco de penurias de marcos paz.

Hola

  • Bucólico: lugar ameno
  • peste: rodeado de cloacas
  • urbano: de Santa María de los Buenos Aires
  • ave: para esquivar las cloacas